Se dejó caer como un saco de papas, como un ladrillo en el mar, como una pluma al viento, como sirviente a servidor, como lágrima en los ojos, como una ausencia a la soledad, como mi cuaderno de cuentos al suelo sucio de una calle oscura, y se perdió para siempre.
No temió en equivocarse, era una de las pocas veces que lo hacía, quiso cometer error tras error. Miró el cielo alejarse, no dijo nada, se quedó callado, estaba en buenas manos.
La quise rescatar con las pocas fuerzas que me quedaban, pero nada valió la pena; ni un canto a la alegría ni una cuerda con poemas.
La veía alejarse, pero no pude hacer nada.
Se fue, ya...ya no está, quiero seguir llorando por siempre, pero siempre es mucho tiempo, me dice en la cabeza. Creo que no se fue del todo, sigue aquí, mirando con aquellos ojos oscuros cada movimiento, cada rasgo de la vida, cada insecto posado por allí. La sigo escuchando, como lentamente respira, la oigo ladrar; lo sé, es en mi corazón…sus ladridos seguirán siendo oídos por cada quién la amó.
Si te llego a sentir, no te vayas, si te llego a ver, eso quiere decir que estamos al otro lado las dos, y todo volverá a ser lo mismo.
María Oyaneder
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Es personal, es triste, emotivo. No podía despedirme así sin más. Los que me conocen saben que pasó. Les dedico este cuento a todas las personas que han tenido que tomar esa difícil decisión, de tener que sacrificar a su mascota. Se lo dedico a la Pelusa, que sigue aquí…y no puedo evitar llorar por esto…ya...ya...basta.