martes, 25 de octubre de 2011

Un Gran hombre


Un gran hombre se sentó fuera de su casa mirando como caían las hojas de otoño.
Se quitó su gorro para poder sentir el viento que peinaba sus cabellos canosos, hace algún tiempo los días no eran tan largos, parecían años desde su ventana. Habría alcanzado recorrer gran parte del mundo, con todo el tiempo perdido o quizás ganado, sentado allí.
Alguna vez lo vi con aquellos ojos tristes, pero que sonreían con el, cuando había una buena oportunidad o un gran chiste.
Sobre todo, su sentido del humor nunca había cambiado y seguía en su mente, corriendo entre los grandes edificios azules.
Aquel día seguía su instinto y se dejó llevar con el viento, era muy temprano para mirar atrás y demasiado tarde como para quedarse quieto un segundo más.
Tomó sus alas envejecidas, y lo vi. Desde mi ventana, volando como una hoja seca en el árbol de la vida.


María Oyaneder

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Gracias a las grandes cicatrices que quedan en la piel, gracias a las penas y alegrías que llegan luego de un año que no se quiere ir aun, es que puedo seguir escribiendo, volver para no dejarme estar, no trato de complacer a nadie más que a mi y eso lo tengo que tener en claro.

Que la justicia se haga cargo de los pecadores, que hacen llorar al pobre, desamparado en su casa de lucha y tristeza.

Gracias por leer esto y aquello.

Gracias por estar allí siempre.

Gracias por hacerme dar cuenta que algunas cosas no valen.

Gracias por todo.

martes, 2 de agosto de 2011

Las gentes.

Un montón de gentes corriendo por una calle sin salida. Las gentes seguían a no se quien y yo sin hacer nada, mirando desde mi ventada, sonriendo.
Las gentes se amontonan frente a mi edificio, me piden ayuda y yo no se la pienso dar, es una pérdida de tiempo, de ganas, de seguir viviendo plácidamente en mi sillón acolchonado.
Me retiro de la ventada y sigo escuchando a las gentes gritar, correr. Me gustaría poder callarlos, solo porque ya no aguanto su bulla.
Prendo la televisión, de nuevo están las gentes; ¿que no me dejan en paz? Cierro los ojos y tapo mis oídos, estoy en mi propio mundo y claro, ya no siento nada. Pero sigo respirando y huelo humedad, el frío se apodera de mis pulmones. Que extraño, la chimenea está encendida y todo es tan tranquilo en mi habitación. Abro los ojos y me desespero, creo que no podré escapar tan fácilmente, las gentes comienzan a pegarle a mi edificio. Gritan consignas que me provocan náuseas, mi estómago está a punto de estallar, quiero salir corriendo. La pregunta es adonde, porque siento que están en todos lados, en mi sillón hay un niño hambriento, en la alfombra una mujer cuidando de su hijo, en la lámpara hay jóvenes luchando. Pero me sigo preguntando; ¿Para qué luchan?, no lograrán nada, yo no les daré nada. Sé que bastará con torcer mi mano y darles lo que quieren, pero la vida no es fácil, ni menos para ellos. Desde pequeño supe que nací con suerte, pero nunca me di cuenta realmente y ahora no me queda más que aceptar que no todos somos iguales y que las gentes no entenderán mi depresión. Estoy encerrado en mi propia habitación, en mi propia cabeza y estallará.
No aguanto más y una lágrima sale de mis ojos, creo que lo más conveniente es saltar por la ventada. Dejo de escuchar los gritos, de oler la humedad y ver a las gentes, cuando el primer músculo toca el cemento gris de un Santiago podrido.

María Oyaneder

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Hace mucho no escribía porque no sabía de que...además los ánimos no están de mi lado como para crear cosas. Solo escribo para desahogarme y se entenderá luego de leer el escrito. Me gustaría que esto durara para siempre, pero nuestras cabezas se cansan y nuestros cuerpos piden un minuto de paz.

lunes, 20 de junio de 2011

Nada

Cuando te vayas el cielo será más azul ...y las grandes cordilleras taparan este gran eclipse que me da miedo mirar con los ojos cerrados.

martes, 14 de junio de 2011

Medios




La televisión encendida proyectaba un ruido ensordecedor.
La radio me invadía enteramente con melodías ingenuas.
El periódico tenía más de mentiras que las mismas realidades atroces.
El computador me decía que no debía salir de allí.
Un libro sobre la estantería me está esperando hace siglos para poder luego abrirlo y darme cuenta que no es más que otro cuento de hadas y princesas.
La tela quiere que la pinte, pero los óleos se escapan de la espátula y pinceles.
Un cuaderno solitario me mira desde un rincón, está conversando con un lápiz tinta negra, los contemplo por un segundo y creo que es lo que buscaba. Tomé la pluma y se convirtió en pensamiento y el cuaderno se abrió a mi imaginación. Luego de un rato me exclamó: "No esperaba a nadie más que a ti".



María Oyaneder
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Extraño es percatarme que lo que acabo de escribir es lo que realmente
me está pasando. Volver e irme de aquí por un rato, no pido nada más que eso. ¿Es
que nadie logra comprender eso?

jueves, 19 de mayo de 2011

Espera

Él se sentó en un paradero, esperando la micro, quien sabe, solo se dedicaba a esperar todos los días en el mismo sitio algo que lo ayudara a salir de su vida, había escuchado muchas veces que cada uno crea su propia realidad, quería creer en eso, pero le costaba, siempre dudaba en que la gente le dijera la verdad. Pero allí estaba, calmado, mirando para la parte de adelante, viendo pasar a la gente que ya se había acostumbrado a verlo ahí.

Ella estaba en su casa, esperando a algo, o a alguien que la sacara de su cabeza de chorlito; su madre tendría miedo de que saliera a pasear por las calles de la gran ciudad a la cual habían llegado hace pocas semanas. Ella no tenía temor, solo se estaba volviendo loca dentro de una casa que no era la suya; las paredes nunca la habían representado menos, los colores claros la tenían aburrida, colores faltaban allí.

Nunca supieron como pasó, de un momento a otro, al cerrar los ojos y esperar nuevamente un siglo, al abrirlos se encontraron de frente el uno al otro. Se alejaron de un mundo aburrido y partieron a un universo que solo ellos conocerían jamás.

La madre lloró al no ver a su hija y los vecinos aun se preguntan donde estará ese chiquillo loco que solo se dedicaba a esperar.

María Oyaneder
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No puedo creer como se me dieron las ganas de escribir a estas horas de la mañana, en un día muy gris pero a la vez hermoso, me inyecto un poco con charly y nito...Es una necesidad de tenerlos cerca, queriendo su música...Quizás por eso escribo, para desahogarme, porque de algún modo u otro, siento que en cada relato estoy yo. Espero con ansias que mi realidad cambie, no quiero ser la misma persona más....
Muchas gracias por los que leen mis anhelos y pensamientos.

viernes, 22 de abril de 2011

Espejo

Me gusta caminar por las calles de una ciudad que solo algunos pueden conocer, entender a cada persona que encuentro mirando al cielo al igual que yo, sintiendo cada aliento de un viento amarillo que avisa que llega un invierno crudo, pero que hace reflexionar entre miradas inconclusas.
Cada cuanto he podido encontrarme con una historia en cada esquina que piso; no porque las esté buscando, puedo llegar a causar mucha impresión cuando descifro cada pista.
Desde pequeña he querido superar esto que ha echo que muchos niños se alejaran de mi, mi madre no entendía el porque tenía esta personalidad curiosa, y quiso internarme en un colegio de niñas. No pudieron conmigo, nunca tuve mucho respeto con las reglas y por decirlo de algún modo, pude manipular mis idas y venidas. Al crecer me dejaron ser tal cual soy, un alma perdida. Mi pelo ondulado escondido en una gorra marrón, mi abrigo de cotelé y mi bufanda oscura, me han dejado recorrer rincones de vuestra mirada que ni usted ha podido descifrar.

Fue en una de estas excursiones por Santiago, mientras caminaba por entre la música expuesta en los kioscos de revistas y periódicos, perdiéndome en mis propios pensamientos; en aquel tiempo solo contaba con 16 años en mi cuerpo y mi alma era un pequeño colibrí que dejaba escapar su imaginación.
Cuando me fijé en un hombre de estatura media, con un gran abrigo color caramelo, un sombrero inclinado hacia un lado y calzaba zapatos negros, manchados con un poco de barro. No iba apurado, solo caminaba al igual que yo, pareciese que no le interesaba nada más que seguir andando sin rumbo fijo.
Sus ojos color tierra demostraban que podría haber sido un artista, un músico, un pensador...filósofo...o tan solo un vagabundo.
Lo seguí y por una vereda atestada de gente comprando y vendiéndose. Dobló una esquina, lo seguí. Paró a comprarse unos cigarros, lo seguí. Caminó hacia la Alameda y allí paró.
Se dio vuelta y me miró con rabia, o quizás no, en realidad, no puedo acordarme de su reacción. Pues hace más de media hora se había dado cuenta que yo lo seguía. Le sonreí, pero él señaló hacia un lugar apartado, donde un grupo de personas veían como un pintor dibujaba en el suelo. Pude entrometerme entre la gente y observé lo que dibujaba aquel hombre. No pude más que sorprenderme cuando me fijé que el artista me dibujaba a mi, tal cual a mis 5 años.
Me senté a su lado, y al mirarlo a los ojos, era el mismo hombre a quien seguía, me asusté al mirar hacia arriba; no había nadie observando como cuando me acerqué. Pero aun seguía el señor del sombrero inclinado. Nunca pude entender el porque pasó eso, solo lo estoy relatando.
Antes de pararme e irme corriendo, el hombre parado como limosna soltó una lágrima al dibujo y con ello pagaría su estadía en el cielo.

María Oyaneder
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Hace mucho esperaba escribir esto, durante un tiempo creo que nunca pude hacerlo con la misma naturalidad de antes. Me pido perdón, pero no ordeno lo que tengo en mi vida como debería hacerlo. No puedo controlar a la gente que si me da inspiración y cometí muchos errores, que espero lograr entenderlos antes de no volver a cometerlos.

jueves, 10 de marzo de 2011

En el cielo, o algo parecido



Las grandes manzanas soplaron entre la luz y la sombra; el polvo se esparció por todo el espacio, las luciérnagas formaron parte de la oscuridad, se oía decir que fue porque ellas comentaron como había nacido dios.
Nada se escuchaba, el silencio se apoderó de todo el universo.
-Cada vez que cuento esta historia me preguntan y como fue que yo sabía eso, sabiendo que no había nadie, y que mi respiración era ya un leve sonido. Y les contesto: y que importa donde yo estaba, era el que flotaba tal cual como el agua en las grandes chimeneas-
Y el cielo se abrió, las nubes formaron la montaña, las estrellas se posaron entre los árboles y la aurora boreal se quiso entrometer en los ojos de aquel animal.
Aquel día se había autorizado para que todo lo nacido en el nombre de la naturaleza hiciera lo que se le plazca, nada tenía sentido.
-Les juro, si hubieran estado allí, se sorprenderían por las cosas más pequeñas-
Fue solo un momento de completa calma, porque el mismo silencio ya estaba aburrido de aparecer en las situaciones incómodas, se mandó a cambiar a un espacio reducido, en la cabeza de aquel loco, que miró la blancura de su habitación y fue feliz para siempre.
La luz quiso aparecer en la noche y la oscuridad al día, ya nadie sabía lo que ocurría. Gritaban que era el fin del mundo. Pero yo sabía que no lo era, por la mañana todo sería lo mismo.
Recuerdo haber visto a las aves nadar, los peces caminaban por los campos y los perros andaban por los techos.
Y quiero aclarar que fue ese día, donde todos se volvieron dementes, los humanos no soportaron tanto desorden, sus cabezas cuadradas no querían ver más. Las grandes mentes explotaron, algunos se mataron. Eran las 4 de la tarde y pocas personas quedaban en la Tierra.
-Si, pude ser uno de ellos. Pero...recuerdo que aquella tarde estaba debajo de un árbol, con mi cuaderno de cuentos, escribiendo como loco todo lo que ocurría a mí alrededor. Pero me dije: si todo está patas para arriba, este árbol puede hacer lo que quiera. Miré hacia arriba y las hojas no eran verdes. Me paré y pude observar que grandes mariposas ocupaban su lugar, de todos los colores, no aguanté más, quise tomar una, pero ella me miró con odio. No sé si ustedes sepan esto, pero a ellas les molesta que queramos tomarlas siempre. Recuerdo que se abalanzó contra mí, su larga lengua entró en mis oídos, sacando mi esencia por aquel lugar. Mientras caía al pasto pude notar que dejaba mi aura en el suelo y de allí nacía un árbol, donde empezaron a brotar pequeños bebés humanos.

María Oyaneder

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¡Tanto tiempo sin escribir!
Nunca llegó la inspiración necesaria, y este escrito vino..solo por querer escribir las mariposas en el árbol.
Esta próx semana empiezan las clases en mi u...y eso es genial. Estoy empezando una nueva etapa y espero aprovecharla...y claro, debo tener el tiempo para pasarme algún día por mi blog que lo tenía tan botado.
Muchas gracias a las personas que leen esto, para eso lo hago.

miércoles, 2 de febrero de 2011

Otoño

Los pájaros partieron esa misma mañana cuando la primera hoja del árbol cayó al cemento. Se sintió desde lejos.

No habríamos notado nada, nunca nos habríamos dado cuenta que ya empezaba el otoño, todos teníamos la sensación de que el verano continuaría hasta el final de nuestras vidas. Pero fue ese acto, esa hoja que se esfumó, la letra de aquella canción, la maleta marrón de Laura, todo se iba para siempre.

Cuando llegó a finales del año anterior, pensamos que era un ángel traído de un paraíso muy alejado de nosotros, con su cabello al viento, su risa encantadora, acompañada con una guitarra arraigada de su pueblo.

Venía de muy lejos, de un lugar que nunca conoceríamos, pero nos llevó allí con sus historias y fábulas.

Nos sentábamos cada tarde de ese verano junto a su silla de mimbre, siempre pensé que a mi me sonreía con cariño, pero pronto me di cuenta que a todos los miraba igual. Para ella, el mundo era un barco, y siempre iba navegando por las cabezas de las gentes, como nosotros.

Nunca la vimos molesta, siempre respondía con aquellos ojos que nunca vieron rencor.

Laura tenía ese que se yo, que me hizo pensarla, no solo como una madre, sino, como una amante, amiga, hermana. Todo de ella era el universo.

Se iba terminando el verano, los atardeceres eran más frescos, nos debíamos ir a dormir mucho más temprano, éramos niños, ya empezarían las clases, el colegio, todo lo que no queríamos ser.

La noche anterior a que comenzara el otoño, nos fuimos a nuestras camas con una extraña sensación, sabíamos que no la volveríamos a ver.

Recuerdo que me desperté antes que todos, el día había amanecido nublado. Una extraña alegría reinaba en mi corazón. Debía estar triste, apenado con la partida de Laura.

Todos despertaron con ganas de llorar, pero yo era el único que entendía que aquella mujer no fue más que una brisa otoñal en un día de verano.

María Oyaneder


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Quise ponerle de esto y aquello, con un poco de Casandra, mi sensación de vivir para siempre el otoño (amo esa estación), mis ganas de querer seguir en pie.
Se ha ido para siempre.

martes, 1 de febrero de 2011

Aquel hombre

Aquel hombre se le veía pasar a cada hora por esa misma calle.

Aquella calle tenía un presentimiento que no la hacía dormir en las noches, ni en las siestas de una tarde de verano.

Aquel día una niña se atrevió a preguntarle que lo hacía venir cada una hora por esa calle.

Aquel hombre le respondió que aquella calle era más como una amante.

Una de aquellas que cuesta enamorar y que mirándola con disimulo, aquella calle se impregnaría de él.

Desde aquella tarde la calle dormiría cada hora para poder verlo pasear por entre sus veredas.


María Oyaneder

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Extraño poder escribir seguido, también el hecho de no encontrar oportunidad para seguir creando mis sueños. Tengo tanto por hacer, tanto que debo cambiar, que mi cuarto se me hace pequeño para todo este mundo que tengo aquí dentro.

Agradezco que ya todo a pasado, me gusta esto, y más que ahora todo vaya a cambiar para siempre. Ese futuro se ve prometedor. Gracias por leer.

domingo, 16 de enero de 2011

Una señal


Apretó la perilla y una explosión impregnó el cielo, cayeron gotas de sangre en el pavimento.
El ambiente se estaba oscureciendo y quedaban solo atisbos de lo que había sido aquel día de primavera. La gente de a poco salía de sus escondites para aprovechar lo refrescante de aquella noche.
Miró por todos los rincones de la villa, en la esquina la vecina del perro enano, salía al pan.

Un niño sacó su pelota y fue a buscar a sus amigos para la pichanga de la noche.
Él seguía parado frente a la pared empolvada.

No sabía que hacer ahora, si salir corriendo para que no vieran lo que había echo o quedarse un buen tiempo esperando a que todo el mundo desapareciera, pero aquella joven justo en ese momento salía de su casa. Tenía los ojos oscuros y el cabello negro y liso, el viento lo movía sin querer.

Tantos días espiándola, no se equivocaba, siempre emprendía el viaje a ver a su actual novio a las 8 de la noche. Observó el reloj, marcaba las 8 y tres minutos. Y justo a esa hora ella miraba hacía la pandereta de él. Donde estaba ya parado hace media hora.
Él apuntó a su lado y caminó a su casa, ya estaba cerrando la puerta de la reja cuando la ve caminar hacia la pared que había señalado. El joven entró a su casa, se apoyó en la puerta, tal cual como lo hacía cada vez que la veía y ella no a él.
Cerró los ojos y se la imaginó parada frente a la pared, leyendo " Lucía, todo lo que necesito es tu amor".

María Isabel


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Por fin estoy de vuelta, se había ido mi inspiración, aquel presente del que hablé en la anterior entrada ya se fue, pero sinceramente trato de cambiar este nuevo...lo necesito, aunque ahora estoy mucho más creativa y es eso lo único que necesito.