miércoles, 2 de febrero de 2011

Otoño

Los pájaros partieron esa misma mañana cuando la primera hoja del árbol cayó al cemento. Se sintió desde lejos.

No habríamos notado nada, nunca nos habríamos dado cuenta que ya empezaba el otoño, todos teníamos la sensación de que el verano continuaría hasta el final de nuestras vidas. Pero fue ese acto, esa hoja que se esfumó, la letra de aquella canción, la maleta marrón de Laura, todo se iba para siempre.

Cuando llegó a finales del año anterior, pensamos que era un ángel traído de un paraíso muy alejado de nosotros, con su cabello al viento, su risa encantadora, acompañada con una guitarra arraigada de su pueblo.

Venía de muy lejos, de un lugar que nunca conoceríamos, pero nos llevó allí con sus historias y fábulas.

Nos sentábamos cada tarde de ese verano junto a su silla de mimbre, siempre pensé que a mi me sonreía con cariño, pero pronto me di cuenta que a todos los miraba igual. Para ella, el mundo era un barco, y siempre iba navegando por las cabezas de las gentes, como nosotros.

Nunca la vimos molesta, siempre respondía con aquellos ojos que nunca vieron rencor.

Laura tenía ese que se yo, que me hizo pensarla, no solo como una madre, sino, como una amante, amiga, hermana. Todo de ella era el universo.

Se iba terminando el verano, los atardeceres eran más frescos, nos debíamos ir a dormir mucho más temprano, éramos niños, ya empezarían las clases, el colegio, todo lo que no queríamos ser.

La noche anterior a que comenzara el otoño, nos fuimos a nuestras camas con una extraña sensación, sabíamos que no la volveríamos a ver.

Recuerdo que me desperté antes que todos, el día había amanecido nublado. Una extraña alegría reinaba en mi corazón. Debía estar triste, apenado con la partida de Laura.

Todos despertaron con ganas de llorar, pero yo era el único que entendía que aquella mujer no fue más que una brisa otoñal en un día de verano.

María Oyaneder


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Quise ponerle de esto y aquello, con un poco de Casandra, mi sensación de vivir para siempre el otoño (amo esa estación), mis ganas de querer seguir en pie.
Se ha ido para siempre.

martes, 1 de febrero de 2011

Aquel hombre

Aquel hombre se le veía pasar a cada hora por esa misma calle.

Aquella calle tenía un presentimiento que no la hacía dormir en las noches, ni en las siestas de una tarde de verano.

Aquel día una niña se atrevió a preguntarle que lo hacía venir cada una hora por esa calle.

Aquel hombre le respondió que aquella calle era más como una amante.

Una de aquellas que cuesta enamorar y que mirándola con disimulo, aquella calle se impregnaría de él.

Desde aquella tarde la calle dormiría cada hora para poder verlo pasear por entre sus veredas.


María Oyaneder

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Extraño poder escribir seguido, también el hecho de no encontrar oportunidad para seguir creando mis sueños. Tengo tanto por hacer, tanto que debo cambiar, que mi cuarto se me hace pequeño para todo este mundo que tengo aquí dentro.

Agradezco que ya todo a pasado, me gusta esto, y más que ahora todo vaya a cambiar para siempre. Ese futuro se ve prometedor. Gracias por leer.