Tomé una copa, sabía dulce, tenía un sabor extravagante, raro, armónico. Recordé aquella vez que estando solo en casa eché licor en uno de esos vasos transparentes de mi madre, en ese entonces yo tenía 16 años, un chiquillo. Aprovechando la soledad del hogar de un niño. En ese instante me gustó, pero lo dejé de inmediato; me empecé a marear de a poco, vi que los grandes retratos de los viejos de antaño se movían en una composición con poco sentido.
Ahora, sentado en un asiento duro, apoyado en una barra oscura, de esos bares en que nadie va; reparo que ese licor que me llevo a la boca no es tan diferente como aquel de mis 16 años.
Miro al rededor, hay un extraño resplandor en la poca gente que está allí, conversan entre ellos y más de alguno está tan solo como yo.
No quiero parecer sicótico, pero cada vez que voy a este lugar, el cantinero me mira extraño, la mujer de los cafés es indiferente, y yo que la he observado más de una vez, tratando de mostrarme amistoso, nada resulta. Así es mi vida, de poca gente, extraña, sin hablar, sin palabra que dirigirme. No es que me moleste, incluso es normal, me gusta ser así. Puedo hacer lo que quiera en mi condición, si quisiera me desnudaría en estos momentos y el licor seguiría tan helado como ahora, nada cambiaría, todo seguiría sin molestias, sin pesares.
Luego de mi primera experiencia con la bebida, quise demostrarme todo un hombre; ya había probado el alcohol, todo lo podía hacer. Probé intentando ser punk, luego me vino lo de anarquista, después un hippie, luego todo llegó de la nada y tuve que estudiar en una universidad mediocre, me puse a trabajar como empleado en un gran edificio (siendo sólo un número más), ahora sigo con mi penosa existencia; sin pareja, sin familia que me acogiera, sin un buen amigo que me apañe, sin un perro que me ladre.
Sigo acá, terminé mi copa, me saboree los labios, lentamente queriendo que este momento durara por la eternidad, o si se podía, morir de una vez. Pero sabía, muy en el fondo que mi vida no terminaría así.
Esa noche estando solo en casa, luego de beber ese licor, nunca me di realmente cuenta que aquello no debía tomarlo, debería haber esperado a que mi amigo a los 18 años me ofreciera, si hubiera esperado unos años todo habría sido diferente. ¿De qué me sirve saber eso ahora?
El vaso de esa noche me demostró muchas cosas; que moriría a los 65 años, tendría una vida triste, pero al final todo se arreglaría. Que aquellos retratos de antaño siempre se me aparecerían en mi existencia, tanto como un cantinero, una señorita sirviendo café, unos tantos pelagatos bebiendo licor al igual que yo.
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Hacía mucho que no escribía, justo estaba escuchando Sui Generis, siempre me inspira lo que que dicen sus letras. Tomé Confesiones de invierno para hacer este pequeño cuento.
Muchas gracas a las personas que pasan por mi blog, son realmente geniales ^^