lunes, 25 de octubre de 2010

Todo empieza con un licor

Tomé una copa, sabía dulce, tenía un sabor extravagante, raro, armónico. Recordé aquella vez que estando solo en casa eché licor en uno de esos vasos transparentes de mi madre, en ese entonces yo tenía 16 años, un chiquillo. Aprovechando la soledad del hogar de un niño. En ese instante me gustó, pero lo dejé de inmediato; me empecé a marear de a poco, vi que los grandes retratos de los viejos de antaño se movían en una composición con poco sentido.
Ahora, sentado en un asiento duro, apoyado en una barra oscura, de esos bares en que nadie va; reparo que ese licor que me llevo a la boca no es tan diferente como aquel de mis 16 años.
Miro al rededor, hay un extraño resplandor en la poca gente que está allí, conversan entre ellos y más de alguno está tan solo como yo.
No quiero parecer sicótico, pero cada vez que voy a este lugar, el cantinero me mira extraño, la mujer de los cafés es indiferente, y yo que la he observado más de una vez, tratando de mostrarme amistoso, nada resulta. Así es mi vida, de poca gente, extraña, sin hablar, sin palabra que dirigirme. No es que me moleste, incluso es normal, me gusta ser así. Puedo hacer lo que quiera en mi condición, si quisiera me desnudaría en estos momentos y el licor seguiría tan helado como ahora, nada cambiaría, todo seguiría sin molestias, sin pesares.
Luego de mi primera experiencia con la bebida, quise demostrarme todo un hombre; ya había probado el alcohol, todo lo podía hacer. Probé intentando ser punk, luego me vino lo de anarquista, después un hippie, luego todo llegó de la nada y tuve que estudiar en una universidad mediocre, me puse a trabajar como empleado en un gran edificio (siendo sólo un número más), ahora sigo con mi penosa existencia; sin pareja, sin familia que me acogiera, sin un buen amigo que me apañe, sin un perro que me ladre.
Sigo acá, terminé mi copa, me saboree los labios, lentamente queriendo que este momento durara por la eternidad, o si se podía, morir de una vez. Pero sabía, muy en el fondo que mi vida no terminaría así.
Esa noche estando solo en casa, luego de beber ese licor, nunca me di realmente cuenta que aquello no debía tomarlo, debería haber esperado a que mi amigo a los 18 años me ofreciera, si hubiera esperado unos años todo habría sido diferente. ¿De qué me sirve saber eso ahora?
El vaso de esa noche me demostró muchas cosas; que moriría a los 65 años, tendría una vida triste, pero al final todo se arreglaría. Que aquellos retratos de antaño siempre se me aparecerían en mi existencia, tanto como un cantinero, una señorita sirviendo café, unos tantos pelagatos bebiendo licor al igual que yo.

María Oyaneder

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Hacía mucho que no escribía, justo estaba escuchando Sui Generis, siempre me inspira lo que que dicen sus letras. Tomé Confesiones de invierno para hacer este pequeño cuento.
Muchas gracas a las personas que pasan por mi blog, son realmente geniales ^^

martes, 5 de octubre de 2010

Si me quiedo quieta podré recordar


El cielo ha amanecido azulado, celestito, tiene un toque de alegría. Si logras despertarte temprano puedes apreciarlo. Sales a calentarte con los pequeños rayos de sol, es un lindo día de primavera. Se huele en el aire que pronto podrás salir a jugar todos los días y no parar hasta la noche. Es rico salir en la mañana, eso me han dicho.

Hoy quise salir temprano, sin despertar a nadie, pero mi mamá me escuchó desde su pieza. Me llamó despacio, no quiere hacer despertar a papá, estuvo trabajando y debe descansar. Me gusta verlos en su pieza, son los reyes allí. Me habría gustado ser una princesa, o algo parecido, pero para eso puedo salir a jugar.

Mi mamá se levanta y me lleva al baño, yo me quiero levantar para ir a saludar a las flores.

Me hace cariño en la mejilla y me peina con la mano.

Oigo un carro fuera de la casa, salgo corriendo a mirar por la ventana; la vecina va a la feria. Quedo mirando a mamá y luego me voy a mi pieza, le digo que quiero usar ese vestido, ese azulcito que tanto me gusta.

Todo empieza a moverse en mi casa, mi hermano se levantó al igual que yo, pero se puso a jugar con la perrita.

Me viste y salgo de la casa, al antejardín. Tiene un crespón hermoso, lo saludo, me gusta él, en esta época le salen unas flores rosadas. Yo recojo una semilla y la abro, tiene unas pequeñas pelotitas verdes, unos pelitos amarillos. Los dejo a un lado y me siento en la entrada. Que lindo es ver en la mañana varias cosas; pasa la gente y me saluda, mis amigas me miran y me sonríen. Me gustaría que fuera tarde para salir a divertirme, pero sé aprovechar estos momentos, luego, cuando hayan pasado, no lo sé, 10, 15, 20 años, recordaré esto y me alegraré.

Quiero que esto nunca acabe, quiero quedarme aquí por años, saber que no me pasará nada pues estoy detrás de unas rejas, al lado está mi casa, donde está mi mamá que me acoge siempre en sus brazos.

Sale a regar y le digo que me gusta el olor a pasto mojado, me dice que me suba a la entrada, que me puedo mojar. Yo le hago caso, porque no quiero mojarme mi vestido. Tiene unos moños muy lindos y me encanta.

Estoy distraída y no sé si quien me habla es mi mamá o el crespón o la mariposa que se posó en las rosas de más allá.

Cierro los ojos, respiro lentamente y me encuentro frente a la pantalla de mi computador, sonrío con alegría y nostalgia. Pasaron años de ese tiempo y al igual como lo sabía en ese momento, esas memorias siempre estarían aquí, muy dentro de mí.

La mariposa siempre vuelve a saludarme y el crespón se toma un soplido y me avisa que llegó la primavera.

María Oyaneder


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Escuchando Mi papá y mamá de Inti Illimani Histórico, me hizo recordar muy bien este momento de mi niñez. Quise tanto esa época, me encantaría haberme quedado por siempre allí, ahora parece tan lejano.
No quiero que se me olvide ese tiempo. Quiero salir a jugar sin tener que preocuparme de que tengo que estudiar o trabajar, sólo jugar.

Todo eso me ayudó a ser quien soy.