viernes, 22 de abril de 2011

Espejo

Me gusta caminar por las calles de una ciudad que solo algunos pueden conocer, entender a cada persona que encuentro mirando al cielo al igual que yo, sintiendo cada aliento de un viento amarillo que avisa que llega un invierno crudo, pero que hace reflexionar entre miradas inconclusas.
Cada cuanto he podido encontrarme con una historia en cada esquina que piso; no porque las esté buscando, puedo llegar a causar mucha impresión cuando descifro cada pista.
Desde pequeña he querido superar esto que ha echo que muchos niños se alejaran de mi, mi madre no entendía el porque tenía esta personalidad curiosa, y quiso internarme en un colegio de niñas. No pudieron conmigo, nunca tuve mucho respeto con las reglas y por decirlo de algún modo, pude manipular mis idas y venidas. Al crecer me dejaron ser tal cual soy, un alma perdida. Mi pelo ondulado escondido en una gorra marrón, mi abrigo de cotelé y mi bufanda oscura, me han dejado recorrer rincones de vuestra mirada que ni usted ha podido descifrar.

Fue en una de estas excursiones por Santiago, mientras caminaba por entre la música expuesta en los kioscos de revistas y periódicos, perdiéndome en mis propios pensamientos; en aquel tiempo solo contaba con 16 años en mi cuerpo y mi alma era un pequeño colibrí que dejaba escapar su imaginación.
Cuando me fijé en un hombre de estatura media, con un gran abrigo color caramelo, un sombrero inclinado hacia un lado y calzaba zapatos negros, manchados con un poco de barro. No iba apurado, solo caminaba al igual que yo, pareciese que no le interesaba nada más que seguir andando sin rumbo fijo.
Sus ojos color tierra demostraban que podría haber sido un artista, un músico, un pensador...filósofo...o tan solo un vagabundo.
Lo seguí y por una vereda atestada de gente comprando y vendiéndose. Dobló una esquina, lo seguí. Paró a comprarse unos cigarros, lo seguí. Caminó hacia la Alameda y allí paró.
Se dio vuelta y me miró con rabia, o quizás no, en realidad, no puedo acordarme de su reacción. Pues hace más de media hora se había dado cuenta que yo lo seguía. Le sonreí, pero él señaló hacia un lugar apartado, donde un grupo de personas veían como un pintor dibujaba en el suelo. Pude entrometerme entre la gente y observé lo que dibujaba aquel hombre. No pude más que sorprenderme cuando me fijé que el artista me dibujaba a mi, tal cual a mis 5 años.
Me senté a su lado, y al mirarlo a los ojos, era el mismo hombre a quien seguía, me asusté al mirar hacia arriba; no había nadie observando como cuando me acerqué. Pero aun seguía el señor del sombrero inclinado. Nunca pude entender el porque pasó eso, solo lo estoy relatando.
Antes de pararme e irme corriendo, el hombre parado como limosna soltó una lágrima al dibujo y con ello pagaría su estadía en el cielo.

María Oyaneder
___________________________________________________________________________

Hace mucho esperaba escribir esto, durante un tiempo creo que nunca pude hacerlo con la misma naturalidad de antes. Me pido perdón, pero no ordeno lo que tengo en mi vida como debería hacerlo. No puedo controlar a la gente que si me da inspiración y cometí muchos errores, que espero lograr entenderlos antes de no volver a cometerlos.

4 comentarios:

  1. uuu terrible loco! me gusto mucho el final, como inesperado en realcion a como aprte el texto, que tiene un inicio que ya es caracteristico de tus cuentos, pero el final fue algo totalmente novedoso frente a eso :o que genial me gusto!
    cachay q solo tu me motivas a seguir escribiendo con estos cuentos? como que me gustaria llegar a escribir asi :B
    te quieroi amiga, eres genial ^^

    ResponderEliminar

Hola!
Gracias por pasar por mi blog, espero que me dejes tu comentario^^
De antemano, gracias

María O.